Bueno, chavales, después de un buen tiempo sin escribir por aquí, voy a hacerlo con una entrada sobre una buena hazaña con el único granadino que tiene los suficcientes cojones de hacer este tipo de locuras a su edad: D. Álvaro Lazúen Ramírez.
Después de un día apoteósico en mi pequeña carrera académica, al día siguiente tocaba otro día apoteósico en mi carrera deportiva. Una locura como en los viejos tiempos....bueno, no, la peor locura que he hecho hasta la fecha: una ruta en MTB saliendo desde Capileira a 1400 metros, subir al Mulhacén(la montaña más alta de la Península Ibérica) hasta los 3480 metros que tiene, para después bajar hasta al laguna de la Caldera a 3000 metros, para luego subir hasta casi el pico del veleta, a aprximadamente 3300 metros. A partir de ahí, bajar hasta Villa Lazúen, a aproximadamente 700 metros sobre el nivel del mar.
A falta de las fotos, que me las tiene que pasar Álvaro, comenzaré con el relato.
Recogí a este elemento a las 8.30 de la mañana en la estación de autobuses de Motril, y luego nos dirigimos con el mejr bólido del mundo a Capileira, realizando una parada en Órgiva para repostar café y tostadas. Cuando llegamos, montamos las bicis, nos hicimos la que pensábamos que iba a ser la última foto vivos, y comenzamos al ascensión.
Nos sentíamos geniales, dioses en lo alto de una bicicleta. Los kilómetros pasaban sobre unas cuestas de asfalto al principio, para dejar paso después a la tierra, y ni nuestros músculos ni nuestro espíritu flaqueaban. Al contrario, con cada pedalada y cada cuesta, nos sentíamos mejores, capaces de realizar cualquier hazaña. Tras un par de paradas para beber agua y tomar fruta(no para descansar por agotamiento), llegamos a la ladera del Mulhacén.
Aparentemente no parecía que nos quedara tanta distancia, ni en altura ni en recorrido, y nos encontrábamos estupendamente de fuerzas. a Priori no iba a ser un gran reto.
Sin embargo, tras comenzar la ascensión, nos dimos cuenta de que no iba a ser tan fácil. El amplio camino se convirtió en una senda tortuosa, en la que teníamos que avanzar eligiendo cuidadosamente la trazada, evitando rocas y piedras sueltas. Tras ver que estabamos hambrientos y que no íbamos a llegar rápidamente a la cumbre, decidimos hacer una parada para tomar los suculentos bocadillos que habíamos traido. Carne en salsa y pechuga con cebolla y pimientos por parte de Álvaro, y lomo con tomates cherrys por la mía. He de reconocer que sus bocadillos eran excepcionales, realmente una delicatessen para una ruta cutrecilla. El problema vino cuando nos pusimos de nuevo en marchas. La combinación de hacer la digestión, subir arrastrando la bici un sendero difícil, y sobre todo, la altura a la que nos encontrábamos, hicieron mella en nosotros, y los anteriores autoelogios se convirtieron en blasfemias contra la montaña que nos estaba torturando y humillándonos, obligándonos a agacharnos y empujar la bici en una y otra cuesta, cuan Sísifos granadinos. A lo lejos oía a Álvaro en su lucha interior con la carne en salsa. Llegamos al Mulhacén II, y paramos para tomar unas fotos y beber agua, pero en nuestr interior sabíamos que estábamos reventados. La altura estaba haciendo mella. Afortunadamente, ya se vislumbraba la cima, y tras un último pero intenso esfuerzo, a ratos con la bici al hombro, conseguimos llegar a la cima, completamente mareados por el esfuerzo, la altura, y los pimientos del bocadillo. No hubo cohetes, ni celebraciones; las únicas luces que vimos fueron las del mareo que teníamos. Pero sin embargo, estar sentados en la cumbre de la montaña más alta de la península suponía una silenciosa satisfacción: pensar que cualquier dominguero no podía hacer eso, y que incluso nosotros mismos hace un tiempo no podríamos haberlo hecho.
Parecía que lo peor ya estaba hecho, podíamos ver la laguna de la Caldera a nuestros pies. El problema era como bajar. Álvaro conocía un camino que serpenteaba por la cara oeste, bastante empinado, pero el más corto. El problema era que teníamos que arrastrar las bicicletas por ese angosto sendero durante 400 metros de distancia vertical (Álvaro en un primer momento quería bajar montado). Probablemente esa fuera la parte más peligrosa del recorrido, pero afortunadamente pudimos llegar sanos y salvos a la laguna, donde esperábamos conseguir algo de agua. Debido a un pequeños despiste, olvidé el botellín en el coche, o se cayó por el camino, así que teníamos 1.5 litros menos de agua, y en ese momento estábamos realmente deshidratados. Creo que el principal problema que tuve en la ruta era la deshidratación. Incluso un día después de la ruta me siento deshidratado. El problema era que debido a la sequía, a laguna había menguado considerablemente, y el agua no estaba todo lo limpia que debiera estar para poder beberla. Persentaba unos bichillos de color rojo, que intentamos colar con un pañuelo y servilletas. Después de colar un poco de agua, bebimos una par de tragos, aunque desechamos dicha agua por el aspecto y sabor insalubre que tenía. Así que no nos quedaba más remedio que esperar a Pradollano para conseguir algo de agua.
Sólo nos quedaba una última ascensión, desde la caldera hasta el Veleta, para pasar a la otra ladera e iniciar el descenso a Granada. Era una cuesta larga, conbastantes piedras y bastante empinada, pero ahora nos sentíamos bastante bien. Volvíamos a sentir la energía en nuestras piernas, y subimos como cuádrigas desbocadas. Completamos la última etapa en menos tiempo de lo que pensaba, y bastante fácilmente, a pesar de que la ultima cuesta nos hizo bajarnos de la bici nuevamente.
Finalmente habíamos llegado a la otra ladera, y 40 kilómetros de bajada nos aguardaban hacia Granada. Estaba atardeciendo, y suponíamos que íbamos a llegar de noche, y muy probablemete con mucho frío. Tras una bajada inicial hasta un poco más arriba de Pradollano, conseguimos agua, aquarius y periódicos para abrigarnos en un restaurante, y ya sólo quedaba el gran descenso, helados de frío y tiritando como nunca lo he hecho en mi vida. Alcanzando velocidades de 50 y 60 km/h casi todo el rato, afortunadamente al descender de cota la temperatura aumentaba, y finalmente la experiencia fué muy agradable. Llegamos a Cenes de la Vega, y ya desde ahí atravesamos Granada, Armilla, para llegar a Villa Lazúen a poco más de las 22. Lo habíamos conseguido, y sin lesiones, muertes ni percances. Habíamos conquistado la sierra con nuestras bicis. Una ducha caliente y una cena deliciosa fueron el mayor de los trofeos.
Hicimos una locura épica, y no hacabamos reventados. De hecho, hoy nos sentíamos bastante bien. Ni siqueira tengo agujetas. Esto puede ser el inicio de una serie de locuras, y espero estar a la altura de nuevos retos. Aparte de la empresa deportiva, pasar un rato con Álvaro, fue como siempre, genial. Estuvimos hablando durante casi todo el rato, y pudimos limpiar nuestras mentes un poco de todos los problemas que estabamos teniendo. Espero poder hacer otra cosilla de estas con él, simplemente por lo saludable que es.
Y a ver para la próxima quién se anima. Un abrazo a todos.
Después de un día apoteósico en mi pequeña carrera académica, al día siguiente tocaba otro día apoteósico en mi carrera deportiva. Una locura como en los viejos tiempos....bueno, no, la peor locura que he hecho hasta la fecha: una ruta en MTB saliendo desde Capileira a 1400 metros, subir al Mulhacén(la montaña más alta de la Península Ibérica) hasta los 3480 metros que tiene, para después bajar hasta al laguna de la Caldera a 3000 metros, para luego subir hasta casi el pico del veleta, a aprximadamente 3300 metros. A partir de ahí, bajar hasta Villa Lazúen, a aproximadamente 700 metros sobre el nivel del mar.
A falta de las fotos, que me las tiene que pasar Álvaro, comenzaré con el relato.
Recogí a este elemento a las 8.30 de la mañana en la estación de autobuses de Motril, y luego nos dirigimos con el mejr bólido del mundo a Capileira, realizando una parada en Órgiva para repostar café y tostadas. Cuando llegamos, montamos las bicis, nos hicimos la que pensábamos que iba a ser la última foto vivos, y comenzamos al ascensión.
Nos sentíamos geniales, dioses en lo alto de una bicicleta. Los kilómetros pasaban sobre unas cuestas de asfalto al principio, para dejar paso después a la tierra, y ni nuestros músculos ni nuestro espíritu flaqueaban. Al contrario, con cada pedalada y cada cuesta, nos sentíamos mejores, capaces de realizar cualquier hazaña. Tras un par de paradas para beber agua y tomar fruta(no para descansar por agotamiento), llegamos a la ladera del Mulhacén.
Aparentemente no parecía que nos quedara tanta distancia, ni en altura ni en recorrido, y nos encontrábamos estupendamente de fuerzas. a Priori no iba a ser un gran reto.
Sin embargo, tras comenzar la ascensión, nos dimos cuenta de que no iba a ser tan fácil. El amplio camino se convirtió en una senda tortuosa, en la que teníamos que avanzar eligiendo cuidadosamente la trazada, evitando rocas y piedras sueltas. Tras ver que estabamos hambrientos y que no íbamos a llegar rápidamente a la cumbre, decidimos hacer una parada para tomar los suculentos bocadillos que habíamos traido. Carne en salsa y pechuga con cebolla y pimientos por parte de Álvaro, y lomo con tomates cherrys por la mía. He de reconocer que sus bocadillos eran excepcionales, realmente una delicatessen para una ruta cutrecilla. El problema vino cuando nos pusimos de nuevo en marchas. La combinación de hacer la digestión, subir arrastrando la bici un sendero difícil, y sobre todo, la altura a la que nos encontrábamos, hicieron mella en nosotros, y los anteriores autoelogios se convirtieron en blasfemias contra la montaña que nos estaba torturando y humillándonos, obligándonos a agacharnos y empujar la bici en una y otra cuesta, cuan Sísifos granadinos. A lo lejos oía a Álvaro en su lucha interior con la carne en salsa. Llegamos al Mulhacén II, y paramos para tomar unas fotos y beber agua, pero en nuestr interior sabíamos que estábamos reventados. La altura estaba haciendo mella. Afortunadamente, ya se vislumbraba la cima, y tras un último pero intenso esfuerzo, a ratos con la bici al hombro, conseguimos llegar a la cima, completamente mareados por el esfuerzo, la altura, y los pimientos del bocadillo. No hubo cohetes, ni celebraciones; las únicas luces que vimos fueron las del mareo que teníamos. Pero sin embargo, estar sentados en la cumbre de la montaña más alta de la península suponía una silenciosa satisfacción: pensar que cualquier dominguero no podía hacer eso, y que incluso nosotros mismos hace un tiempo no podríamos haberlo hecho.
Parecía que lo peor ya estaba hecho, podíamos ver la laguna de la Caldera a nuestros pies. El problema era como bajar. Álvaro conocía un camino que serpenteaba por la cara oeste, bastante empinado, pero el más corto. El problema era que teníamos que arrastrar las bicicletas por ese angosto sendero durante 400 metros de distancia vertical (Álvaro en un primer momento quería bajar montado). Probablemente esa fuera la parte más peligrosa del recorrido, pero afortunadamente pudimos llegar sanos y salvos a la laguna, donde esperábamos conseguir algo de agua. Debido a un pequeños despiste, olvidé el botellín en el coche, o se cayó por el camino, así que teníamos 1.5 litros menos de agua, y en ese momento estábamos realmente deshidratados. Creo que el principal problema que tuve en la ruta era la deshidratación. Incluso un día después de la ruta me siento deshidratado. El problema era que debido a la sequía, a laguna había menguado considerablemente, y el agua no estaba todo lo limpia que debiera estar para poder beberla. Persentaba unos bichillos de color rojo, que intentamos colar con un pañuelo y servilletas. Después de colar un poco de agua, bebimos una par de tragos, aunque desechamos dicha agua por el aspecto y sabor insalubre que tenía. Así que no nos quedaba más remedio que esperar a Pradollano para conseguir algo de agua.
Sólo nos quedaba una última ascensión, desde la caldera hasta el Veleta, para pasar a la otra ladera e iniciar el descenso a Granada. Era una cuesta larga, conbastantes piedras y bastante empinada, pero ahora nos sentíamos bastante bien. Volvíamos a sentir la energía en nuestras piernas, y subimos como cuádrigas desbocadas. Completamos la última etapa en menos tiempo de lo que pensaba, y bastante fácilmente, a pesar de que la ultima cuesta nos hizo bajarnos de la bici nuevamente.
Finalmente habíamos llegado a la otra ladera, y 40 kilómetros de bajada nos aguardaban hacia Granada. Estaba atardeciendo, y suponíamos que íbamos a llegar de noche, y muy probablemete con mucho frío. Tras una bajada inicial hasta un poco más arriba de Pradollano, conseguimos agua, aquarius y periódicos para abrigarnos en un restaurante, y ya sólo quedaba el gran descenso, helados de frío y tiritando como nunca lo he hecho en mi vida. Alcanzando velocidades de 50 y 60 km/h casi todo el rato, afortunadamente al descender de cota la temperatura aumentaba, y finalmente la experiencia fué muy agradable. Llegamos a Cenes de la Vega, y ya desde ahí atravesamos Granada, Armilla, para llegar a Villa Lazúen a poco más de las 22. Lo habíamos conseguido, y sin lesiones, muertes ni percances. Habíamos conquistado la sierra con nuestras bicis. Una ducha caliente y una cena deliciosa fueron el mayor de los trofeos.
Hicimos una locura épica, y no hacabamos reventados. De hecho, hoy nos sentíamos bastante bien. Ni siqueira tengo agujetas. Esto puede ser el inicio de una serie de locuras, y espero estar a la altura de nuevos retos. Aparte de la empresa deportiva, pasar un rato con Álvaro, fue como siempre, genial. Estuvimos hablando durante casi todo el rato, y pudimos limpiar nuestras mentes un poco de todos los problemas que estabamos teniendo. Espero poder hacer otra cosilla de estas con él, simplemente por lo saludable que es.
Y a ver para la próxima quién se anima. Un abrazo a todos.
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